Un réquiem por las plantas invasoras

Amanece en el municipio de Lemoiz. Una gaviota planea suspendida sobre la bruma del mar que trata de recuperar lo que antaño se conocía como la cala de Basordas. Las cúpulas de los reactores desvelan la presencia de la central que permanece impasible ante la presencia del enemigo. Ya se adivinan sus lanzas, bailando ostentosas al ritmo de los vaivenes del viento al tiempo que descienden por las laderas adentrándose cada vez más en los dominios de la bestia que nunca despertó. Se trata de una legión invasora de Cortaderia selloana, el plumero de la Pampa.

Nuestras guerras parecen sencillas cuando tratamos de comprender la lucha interespecífica que tiene lugar en el momento en que una planta invasora entra a formar parte del ecosistema. Esta se naturaliza y se dispersa dificultando el establecimiento de las especies autóctonas, alterando las comunidades, los procesos ecológicos e incluso la composición del suelo y la hidrología. No en vano su efecto está considerado como la segunda causa más importante en la pérdida de biodiversidad, solo superado por la destrucción directa del hábitat.

En lo referente a las plantas uno de los casos más significativos, al menos en Bizkaia, tal vez sea el del plumero de la Pampa. Resulta fácilmente reconocible en la distancia por su tamaño y su generosa inflorescencia pero a pesar de conocer su localización y de ser cortada, arrancada, quemada y rociada con herbicida su agresividad, por el momento, nos tiene ganada la batalla. Solo en la provincia existen 26 municipios con un nivel alto de invasión. Las temperaturas y la humedad la limitan a zonas costeras pero ya ha comenzado a adaptarse al frío de Álava por donde continúa su conquista.

Sin menospreciar su impacto podríamos consolarnos diciendo que al menos tiene un origen natural. En este aspecto resulta más inquietante la presencia de otra invasora mucho más discreta pero igualmente extendida por las provincias de Bizkaia, Gipuzkoa y el oeste de Navarra: la Crocosmia × crocosmiiflora. La equis en su nombre indica que se trata de un híbrido de Crocosmia pottsii con Crocosmia aurea. Estas dos especies sudafricanas originarias de la Región del Cabo fueron cruzadas artificialmente en Francia en el año 1880 por Victor Lemoine para su uso como planta ornamental. Este bello Frankenstein de flores anaranjadas escapó del yugo de la jardinería para asilvestrarse en el sotobosque de los ecosistemas riparios.

He aquí el segundo punto inquietante: mientras que el plumero de la Pampa acecha en las cunetas y en los márgenes de la carretera adoptando la formación en tortuga con sus lanzas para avanzar en campo abierto por terrenos abandonados, es decir, previamente alterados, la Crocosmia se esconde entre los árboles en lugares de difícil acceso dificultando su erradicación sin dañar el entorno. El mejor método es el manual, extrayendo una a una la parte aérea de cada planta así como los órganos subterráneos. Lo que menos debe preocuparnos son las semillas, en su mayoría estériles. En cambio por cada extracción surgen de la tierra un rosario de bulbos que obligan a escarbar con las uñas en un intento desesperado por alcanzar el inframundo. De cada bulbo podría surgir un nuevo individuo. Por si la situación no fuese lo suficientemente complicada, sin flores resulta muy parecida a Carex pendula, una planta autóctona con la que comparte hábitat, solo distinguiéndose en el corte de la sección de la hoja.

A pesar de ser dos especies muy distintas, los métodos de erradicación resultan igualmente tortuosos. La ley colabora penalizando desde el 2013 tanto la comercialización como la posesión de cualquiera de las partes del plumero de la Pampa, vivas o muertas. En cambio Crocosmia × crocosmiiflora continúa en el mercado y a pesar de que no se permita su introducción en el medio natural, esto sucede, ya sea de manera consciente o inconsciente. Y es que la realidad adquiere un matiz diferente, estas plantas invasoras no lo son a conciencia, fuimos nosotros quienes las introdujimos en el paisaje. Lo único que se les puede achacar es tratar de completar su ciclo biológico como cualquier otro ser vivo que se precie. Acción que ahora condenamos a muerte una vez nos damos cuenta de las consecuencias.

Y la pregunta es, ¿por qué este afán conservacionista si de todas formas las plantas se dispersan igualmente por el mundo? Si hablamos de una alteración en la composición vegetal debido a un cambio natural en las condiciones climáticas, aparte de predecible sería inevitable. Pero en este caso la introducción es artificial, sin tiempo para establecer una lucha justa entre las especies. Pudiendo hacer algo debemos ser responsables de nuestros errores. La forma más eficaz es la prevención: la próxima vez que vaya a comprar flores para su jardín asegúrese de conocer su procedencia. Es comprensible que no pueda resistir la tentación de sus curvas y el sensual aroma de las flores, cumplen con su función, pero sea más avaricioso: que sean solo suyas y de nadie más.

Y para quien solo reaccione cuando le tocan el bolsillo, el coste económico que supone erradicar las plantas invasoras no es para nada despreciable. Un estudio de 2008 de la CAPV catalogó 478 especies alóctonas en el territorio, 86 de ellas consideradas con potencial invasor y subiendo. ¿Vamos a tener que luchar contra todos estos «ejércitos rebeldes» cuando el dinero bien podría invertirse en otros proyectos ambientales? Aunque pese la comparación, la respuesta es sí, deberíamos. El costo que derivaría de no hacerlo sería mucho mayor. La ecología es una máquina inmensa repleta de engranajes interrelacionados. Resulta muy difícil predecir todas las consecuencias de tocar un solo botón. Y aunque este sea rojo, grande y susurre su nombre, si no sabe cómo funciona, por favor, no lo toque.


IMAGEN 1. Crocosmia x crocosmiiflora (Kochi Prefecture, Makino Botanical Garden)

IMAGEN 2. Cortaderia selloana y central nuclear (Blog Ibilkat)

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