En 2020, Netflix lanzó en su plataforma la miniserie documental «Planeta absurdo» que consta de doce capítulos de 19 minutos cada uno. Una serie para aprender acerca de la naturaleza de los animales de todo el mundo, orientada a los niños de la casa, y que es tan absurda como su nombre indica.
El primer capítulo, «bichos raros», comienza con una voz en off solemne a lo documental tradicional, hablando de la Tierra. Pronto se vuelve demasiado solemne, exageradamente honorable, a lo Muchachada Nui, con una forma de expresarse impropia de ese tipo de voz, y que da paso a presentar a una desenfadada Madre Naturaleza que no duda en hacer autocrítica afirmando que ha tomado «algunas decisiones artísticas un tanto peculiares» —«verdad, ¿señor cara mostacho?»—. A partir de este punto será la Madre Naturaleza la que dé el contexto de los capítulos y los propios seres vivos los que cuenten sus alegrías y sus penas de forma totalmente antropomorfizada, cada uno caracterizado con su propia voz.
En teoría, salvo este primer capítulo introductorio, cada episodio trata de un tema diferente. Así pues, «Bajo las aguas» tendría como tema principal el océano —«sumerjámonos en los barrios más salados de mi planeta absurdo»—; «Toca aparearse», de la reproducción; «El ciclo de la vida», lo que ocurre desde el nacimiento a la muerte… Pero se intercalan con otro tipo de episodios más aleatorios, difícilmente clasificables, como el siguiente de «H20oooh!» donde lo mismo te muestran un desfile de talentos marino como castores o el combate entre un cangrejo marino y un pulpo narrado como si estuvieran en un ring de boxeo. Es tal la variedad de imágenes de todo el planeta que no es de extrañar que sean reciclajes de otros documentales o videos que nunca llegaron a aparecer, pero que se filmaron para otro tipo de contenido audiovisual. Muchas de estas imágenes se repiten para que el animal en cuestión pueda terminar sus frases o para recurrir a un chiste anterior.
Y hablando de chistes, la serie documental está repleta de guiños a nuestra sociedad. Desde la música, como la canción sobre las bolas de caca de los escarabajos peloteros —«Damas y caballeros, ¡los Beatles!»—, una efímera cantautora —o varias que se sustituyen, porque no viven muchos minutos siendo adultas—; anuncios de teletienda: «¿Cansado de limpiar el fondo del océano? Te presentamos ‘la roomba del mar’ […] pero espera, ¡hay más!»; programas de televisión: «Gran Pescado VIP», «Pasión de culebrón»; o una llamada a emergencias en la que responde la típica operadora aburrida que parece mascar chicle.
La serie se vende como lo que es, y en eso no hay engaño. Es para pasar un rato entretenido con tus hijos, que se verán atraídos por las diferentes voces de los animales. También las personas a las que no les gusten los documentales. Sin embargo, hay ciertas referencias de chistes que no creo que los niños comprendan, pero que pueden sacar una carcajada a cualquier adulto. Alguno un poco negro, quizás a veces picante, y otros que se entienden mejor en inglés, por lo que incluir subtítulos no está de más. Y así, con la tontería y el recochineo, hay datos que se van quedando grabados gracias a que entraron en el cerebro envueltos en comedia. Porque entre risa y risa también se aprende.
Para que os hagáis una idea del tono general del documental, a continuación incluyo la canción de cierre que alguien ha llamado «la canción del pangolín», y que solo he encontrado para compartir en su versión latinoamericana.

Doctoranda en Biología, editora y escritora cuando la vida me deja. | Las vacunas salvan vidas y la única tierra plana que venero pertenece a Terry Pratchett.