NO MIRES ARRIBA, Adam McKay (2021)

A finales de 2021 llegó a Netflix la película «Don’t look up», esperada no tanto por su argumento como por su espectacular reparto. Con la vitrina llena de premios Óscar, el nivel de exigencia partía de un punto bastante alto para cubrir las expectativas. La plataforma la clasifica dentro de la ciencia ficción y se considera una comedia sobre una catástrofe, pero no tiene ni el dinamismo de la comedia ni la congoja de la tragedia. Es puro sarcasmo.

La doctoranda en astronomía Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence) se coloca los cascos para continuar con la rutina de su estudio con el telescopio Subaru de Hawái. Mientras tararea la canción de turno, ve por casualidad un borrón que resulta ser un cometa procedente de la nube de Oort. Su profesor, el neurótico doctor Randall Mindy (Leonardo DiCaprio), con las matemáticas oxidadas y sobre una pizarra blanca, realiza los cálculos orbitales que aseguran, con una probabilidad del 100% (o casi) —que la ciencia los perdone—, que impactará contra la tierra en seis meses y catorce días. Como no hay tiempo que perder, ni para contrastar los datos, no pasa ni un día en conseguir una audiencia presencial con la presidenta de los Estados Unidos, Janie Orlean (Meryl Streep) en la Casa Blanca de Washington D.C. Una vez allí les hacen esperar porque hay asuntos más importantes que atender. 

Estos primeros minutos de visionado son un fiel reflejo de lo que resta. Y es que la película en realidad no va sobre el cometa. Quien lo sienta así podría decepcionarse. Es solo la excusa, un terrible peligro sin importancia. No existe si no miras arriba. Va sobre cómo los medios, la política, la sociedad y sus sistemas en general, tratarían (y tratan) un tema tan relevante para el ser humano en estos tiempos de internet. Y lo que parece inaudito en realidad es tan realista que vergüenza debería darnos.

Se trata de una crítica irónica repleta de detalles que aparecen de improviso en cualquiera de los planos. Es posible que haga falta un segundo visionado para darse cuenta de muchos de ellos y los descubrirán con mayor facilidad aquellos que tengan ‘cultura de redes’ en el sentido más cotidiano. Pues sobre todo hay referencias a las redes sociales, memes incluidos —«vamos a calmarnos»—. Por eso parece que a la película le cueste arrancar, o que no sepa hacia dónde va, porque lo importante es el proceso y no los elementos principales. A esta extrañeza se le suma la de intercalar imágenes propias de documentales de naturaleza que parece que no vienen a cuento. O sí. Esta especie de despiste continuo hace que cualquier final sea posible.

Como si no hubiese suficiente material para parodiar, se le añade el toque surrealista con el director de la empresa tecnológica BASH. Peter Isherwell (Mark Rylance) es el tipo de personaje excéntrico que surgiría de la mezcla de los líderes de tecnología informática, móvil y espacial de nuestros tiempos. Verlo para creerlo.

En conclusión, no es una película convencional. La estructura es extraña, no trata de la sinopsis; en el plano científico hay que hacer un poco la vista gorda porque es solo una herramienta para tratar un problema social bastante triste; la música a veces no acompaña el sentimiento real, sino el irónico, hasta el punto de ser alegre en momentos de tensión; el reparto es estelar y en eso no hay dudas. Y (¡ojo!) tiene dos finales, el de antes y el de después de los créditos. Así que hay guinda en el pastel.

Si se comprende la intención del director, la película es buena, de otro modo podría considerarse demasiado larga. También es debatible, porque en la actualidad hay muchos «cometas Dibiasky» a los que no se les hace el debido caso por estar hurgándonos demasiado el ombligo como humanidad.

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