Hasta la fecha existen tres largometrajes basados en la biografía de la científica polaca Maria Salomea Skłodowska-Curie, conocida como Marie Curie, que a su vez aparece en un sinfín de documentales. La película que abordaremos a continuación es la primera que se filmó en 1943, en un solemne blanco y negro, dirigida por el director de cine estadounidense Mervyn LeRoy. Se trata del guión adaptado de la biografía escrita por la hija menor del matrimonio Curie, Ève Curie, publicada en 1937, y su estreno tuvo lugar casi una década después de la muerte de la ganadora por dos veces del premio Nobel.
La historia comienza en París, cuando la todavía estudiante de la Sorbona, Maria Skłodowska, sufre un desvanecimiento en clase debido a una alimentación pobre y al excesivo esfuerzo que supone estudiar dos carreras a la vez en un idioma que no es el suyo: la de física y la de matemáticas. Su profesor de física la atiende primero en su despacho y después frente a un buen plato de comida, la excusa perfecta para charlar sobre su situación e introducir al espectador toda la biografía que ha conducido a la protagonista hasta allí. Maria es la quinta hija de una familia acomodada venida a menos tras las revueltas nacionalistas de su país. Su padre es profesor de física y matemáticas y sin duda la persona de quien ha adquirido su vocación. La intención de la joven es terminar los exámenes y regresar a Polonia para dar clases tal como prometió a su progenitor. Y no será fácil hacerla cambiar de opinión pues, además de la seriedad que la caracteriza durante todo el film, tiene una personalidad terca y obstinada. A sabiendas de su carácter y de su gran inteligencia, el profesor le ofrece llevar a cabo un proyecto para analizar las propiedades magnéticas de distintos aceros. El problema es que la universidad no dispone de un laboratorio equipado para ese tipo de trabajo, por lo que contacta con Pierre Curie, un científico francés que dispone de un laboratorio en la escuela de Física y Química de París.
Y es así, por motivos de estudio, como se conocen quienes acabarán integrando el matrimonio Curie. Una relación tan compleja que es posible afirmar que jamás hubiese tenido lugar de conocerse de otra manera. Una pareja que antepone la ciencia a la familia y cuyo afán por investigar sustituye al ocio como pareja. Pierre Curie es ocho años mayor, vive con sus padres y su personalidad introvertida le hace alejarse de las multitudes y en especial de las mujeres. De lo cerrado que es resulta divertido. Un ejemplo perfecto de esto son los argumentos que «expone» —como si se tratase de la defensa de una Tesis— a la hora de pedir matrimonio a una perpleja Maria Skłodowska empecinada en volver a su país: «yo le soy útil en el laboratorio, ¿verdad? […] es una excelente combinación comparable con la fórmula ClNa* (*antigua), cloruro de sodium, un compuesto necesario y estable. O sea que casándonos sobre esta base nuestro matrimonio será inalterable. La misma temperatura y la misma composición. No podrá haber descuidos ni fluctuaciones, las de las incertidumbres y emociones del amor». En la vida real Maria no aceptó la propuesta a la primera, regresó a Polonia y trató de hacerse un hueco entre los científicos de su país habiendo obtenido la mejor nota de su promoción en física (y la segunda en matemáticas). Pero le cerraron todas las puertas por ser mujer y Pierre, insistente, la convenció de regresar a Francia donde podría continuar con el doctorado.

A pesar de este necesario paréntesis para explicar la colaboración del matrimonio, la película no se recrea en él y vuelve siempre sus emociones hacia la ciencia. Marie Curie comienza su doctorado, «Recherches sur les substances radioactives», basado en los estudios de Becquerel. Este físico había observado un fenómeno que no podía explicar relacionado con un mineral impuro llamado pechblenda, que contenía elementos radiactivos. Tras aislar los diferentes componentes, Marie llega a la conclusión, por cuenta propia, de que tiene que haber más elementos de los listados para explicar semejante medida de radiación. Es entonces, tras formular su hipótesis, cuando el matrimonio comienza a publicar artículos en conjunto. La película solo se centra en el descubrimiento del radium y obvia el polonio (Radio F) entre otros descubrimientos interesantes que tuvieron lugar en todo el proceso. Resulta fascinante para cualquiera que se haya enfrentado al método científico ver cómo narran todo el proceso que les lleva hasta el aislamiento del radio. ¡Ese elemento tan escurridizo! El esfuerzo que supone obtener el éxito tras las muchas decepciones, los años invertidos en un estudio que podría no tener un buen final. A pesar de conocer la historia, el espectador científico puede llegar a empatizar y a ponerse nervioso por las semejanzas que tiene la narración con las vidas profesionales de cada uno. Y no puede más que admirar la tenacidad de Marie Curie, que, a pesar de la adversidad sufrida incluso en propia carne al percatarse de unas quemaduras que podrían derivar en cáncer, y de ser advertida por todos para que abandone el trabajo por salud, continua investigando hasta el final. Y ahí están los dos, Pierre y Marie, Marie y Pierre, abrazados contemplando en la oscuridad su luminoso descubrimiento («¡Corred, insensatos!»). Ella nunca pensó que el radio pudiese ser dañino, es más, creía que ayudaría a combatir el cáncer y el propio matrimonio publicó estudios donde se comprobaba que este elemento podía destruir las células tumorales más rápido que las sanas.
Los Curie reciben el premio Nobel pero —y esto no es spoiler, es historia— la muerte en forma de carro de caballos arrolla la vida de Pierre quedando una Marie viuda a cargo de dos hijas y de un nuevo laboratorio. La mayor, Irène Curie, acabaría colaborando con su madre en los estudios que nunca abandonó, y Ève Curie, gracias a cuya biografía se realizó esta película. Tras el accidente y una promesa de seguir adelante, la siguiente escena nos sitúa 25 años después, durante el aniversario del descubrimiento del radio, donde una multitud aplaude el discurso de Marie Curie que acerca la ciencia al progreso.
Este final resume muy bien en qué se ha centrado especialmente el guión. De hecho recomendaría esta película a cualquiera que esté pasando por el proceso de obtener un doctorado, pues sirve como aliciente al tiempo que se aligeran las penas. Pues el sufrimiento es el mismo ahora que hace un siglo. En relación a esto, el American Film Institute incluyó el film en su top 100 de películas más inspiradoras. La música no destaca especialmente y tampoco la actuación de los personajes salvo quizás el papel de Walter Pidgeon como Pierre, entre cómico y entrañable. Bien es cierto que para algunos gustos la película se centraría «demasiado» en la ciencia y quizás se prefiera algo más personal, más intimista y familiar, centrado en la superación personal y en la lucha como mujer en un mundo de hombres. Para estas personas existen dos películas más rodadas en el siglo XXI que pueden satisfacer este deseo. No obstante, a pesar de los evidentes aunque escasos desplantes que Marie Curie recibe en la película de 1943 por ser mujer, es reseñable la forma que tiene de tratarla su marido. Como a una igual. Incluso a veces parece que no son dos personas sino dos cerebros conversando y eso llama la atención en una película tan antigua. Considero que esto, de por sí, ya es reivindicativo.
Ahora sabemos que Pierre se negó a obtener el Nobel de Física de 1903 si no se reconocía la labor de su esposa, y eso le honra tanto en lo personal como en lo profesional. Pero Marie Curie, a lo largo de su vida, demostró con creces que no solo mereció ser la primera mujer en ganar un Nobel, sino que fue la primera persona en ganar dos al concedérsele el de química en 1911. Y sentó un precedente, pues Irène Curie consiguió también el de química en 1935, un año después de la muerte de su madre, convirtiéndose en la segunda mujer en conseguir un Nobel en ciencia.

Doctoranda en Biología, editora y escritora cuando la vida me deja. | Las vacunas salvan vidas y la única tierra plana que venero pertenece a Terry Pratchett.