Los perros que salvaron de la difteria a cientos de niños

El 22 de enero de 1925 la oficina de telégrafos militar de Washington D.C. recibió un mensaje urgente procedente de un pequeño pueblo de Alaska: «Epidemia de difteria casi inevitable aquí. STOP. Necesidad urgente de un millón de unidades de antitoxina de difteria. STOP. Correo es la única forma de transporte. STOP. Ya pedí la antitoxina al Comisionado de Salud del Territorio. STOP. Hay alrededor de 3000 nativos blancos en el distrito. STOP». El médico Curtis Welch solicitaba auxilio para frenar una enfermedad que ya se había cobrado la vida de seis niños en su localidad con una mortalidad del cien por cien. A pesar de haber enviado la solicitud en los meses anteriores, al percatarse de que las existencias del hospital se habían agotado, el pedido no llegó antes de que el duro invierno sitiase el pueblo costero de Nome. El puerto estaba congelado y los aviones de la época eran incapaces de volar durante mucho tiempo con temperaturas extremas bajo cero. La única forma de transportar la mercancía era el sistema de correo mediante trineos tirados por perros. Cada día de retraso implicaba un grave riesgo para la salud de los niños ante una enfermedad tan letal.

El responsable indirecto de la difteria es el bacilo Corynebacterium diphtheriae, una bacteria gram positiva capaz de alojarse en la cavidad nasofaríngea de las personas. Esta bacteria puede llegar a infectarse con un virus que contiene el gen que codifica la toxina diftérica. Entonces, C. diphtheriae secreta esta proteína al medio donde acaba ingresando en la célula humana, inhibiendo la síntesis de proteínas y causando la muerte celular. Esta potente toxina se transmite mediante el contacto con una persona infectada y a través de gotículas suspendidas en el aire, fácilmente respirables. Los niños pequeños son especialmente vulnerables y, de recuperarse, no se garantiza una inmunidad a largo plazo. Por todo ello los niños de hoy en día reciben tres dosis de la vacuna antes de cumplir su primer año de edad y seguirán necesitando dosis de refuerzo a lo largo de su vida.

Aunque la bacteria fue descrita en 1884, la toxina no se investigó hasta 1890. El bacteriólogo Emil Adolf von Behring descubrió que si empleaba suero procedente de la sangre de un animal infectado podía curar al paciente de su enfermedad. Este descubrimiento, junto al de la aplicación de otras antitoxinas como la del tétanos, le valió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina de 1901. Ese mismo año había curado a la primera niña de difteria, aunque el sistema de inyección no se desarrolló plenamente hasta 1913. Por tanto en 1925, el año de esta historia, el tratamiento era relativamente novedoso.

Nome en 1925 (fuente: wikimedia)

Con el tiempo en contra, el médico Curtis Welch recibió una respuesta descorazonadora: el millón de dosis solicitadas no llegarían a su destino hasta mediados de febrero. Ante la prolongada espera el ayuntamiento decretó la cuarentena e instó a la población a que no saliese de sus casas salvo para cubrir las necesidades básicas. Días después, el 26 de enero, localizaron 300.000 dosis en otro pueblo de Alaska llamado Anchorage. Resultó ser una buena noticia, ya que les permitiría probar la alternativa del sistema de correo en espera de que llegase el cargamento mayor. Con esta intención, el día 27 se enviaron las unidades por ferrocarril hacia el interior de Alaska con destino a Nenana. Para salvar la distancia de 1085 kilómetros que había de Nenana a Nome los guías de trineo, o mushers, solían emplear 25 días pero había un record de nueve días que pretendían superar viajando día y noche, a pesar de estar sufriendo el peor invierno en décadas. Para los relevos se seleccionaron 20 de los mejores mushers y más de 150 perros.

La Gran Carrera de la Misericordia comenzó esa misma noche del 27 de enero, pudo seguirse por radio y mantuvo en vilo a todo Estados Unidos y en especial al pueblo de Nome que aguardaba con esperanza su salvación. El primer musher aseguró en su trineo el cilindro que contenía las dosis y avanzó en la oscuridad con su equipo de malamutes liderado por Blackie. Tres de sus perros perdieron la vida y el propio guía sufrió una grave lesión por congelación en la cara, pero pudo entregar el testigo al siguiente relevo. Los equipos se sucedieron en medio de ventiscas y temperaturas de hasta -53 ºC. En ocasiones avanzando a tientas sin poder ver a sus propios animales. Los perros Prince y Dixie lideraron los relevos 9 y 10. Para entonces los casos diagnosticados de difteria habían subido exponencialmente entre los niños y el 30 de enero se produjo un nuevo fallecimiento. Ese mismo día otros dos perros perdieron la vida en la carrera pero las dosis continuaron su camino. El 31 de enero se alcanzó el relevo número 18, el del experimentado musher Leonhard Seppala y su perro líder Togo de 12 años. Para ahorrar tiempo, el equipo afrontó el tramo más largo y difícil de la misión en el que trotaron sobre el mar de Bering congelado en medio de una fuerte tormenta con rachas de viento de hasta 110 km/h. El liderazgo de Togo fue clave para evitar que perdiesen el rumbo ante la imposibilidad de ver nada aquella noche en medio del temporal. Togo salvó la vida de su dueño —y por tanto el cilindro que contenía los sueros— en una valiente carrera entre los témpanos de hielo.

Leonhard Seppala y Togo (fuente: pinterest)

El 2 de febrero de 1925 el relevo número 20 alcanzó al fin el pueblo de Nome y entregó las medicinas a tiempo de salvar al resto de niños enfermos. Balto, su perro líder, fue el que acaparó las portadas de los medios y se convirtió en leyenda. Ese mismo año se erigió una estatua de Balto en el Central Park de New York. En ella se puede leer la siguiente inscripción: «Dedicado al espíritu indomable de los perros de trineo que llevaron la antitoxina a seiscientas millas sobre hielo agitado, a través de aguas traicioneras, a través de ventiscas árticas desde Nenana hasta el alivio de Nome en el invierno de 1925. Resistencia · Fidelidad · Inteligencia».

Para cuando la segunda tanda del suero llegó al pueblo el 15 de febrero, ya se había logrado contener la epidemia.

«Pensé en el hielo, la oscuridad y el viento terrible y en la ironía de que los hombres pudieran construir aviones y barcos. Pero cuando Nome necesitó vida en pequeños paquetes de suero, fueron necesarios los perros para lograrlo»

Leonhard Seppala

Referencias

HOUDEK, J. (2010). «The Serum Run of 1925». University of Alaska Anchorage.

SALISBURY, G.; SALISBURY, L. (2003). The Cruelest Miles: The Heroic Story of Dogs and Men in a Race against an Epidemic. W. W. Norton & Company. ISBN 0-393-01962-4.

THOMAS, B., THOMAS, P. (2015). Leonhard Seppala: the Siberian dog and the golden age of sleddog racing 1908-1941

Wikipedia: Togo. Balto. Carrera del suero a Nome de 1925.

Imagen principal: Perro Balto con dos niños. CMP. Cleveland Memory (cleveland,com)

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