Basta un estornudo, un apretón de manos o un descuido en la higiene para que el virus de la gripe termine en nuestra garganta. Un ambiente seco y frío le ayudará a hacerlo y la batalla que se producirá a continuación bien merece un capítulo en la serie «Érase una vez el cuerpo humano». Sería algo así:
(CRÉDITOS INICIALES)
El temido Influenza entra en escena. El virus ARN monocatenario negativo envuelto en su membrana tiene el aspecto de una pelota de vinilo con púas para perros. Su voz grave, los gruñidos constantes y el ceño fruncido nos permiten intuir que tal vez no venga con buenas intenciones. Ha conseguido pasar hasta la garganta y una vez allí trata de forzar la cerradura de una de las células imitando a una proteína de pared con una de sus «púas». Finalmente consigue engañar a la célula acoplándose a sus receptores de superficie. La célula reconoce la llave de apertura y le deja pasar (insertar música siniestra).
Una vez en el interior, Influenza se pone manos a la obra. Valiéndose de la maquinaria de la célula, comienza a fabricar componentes para nuevos virus con la mejor de sus herramientas: la ARN polimerasa. Su misión es crear un ejército de «robots» para hacerse con el control del organismo. En una única célula producirá en torno a diez mil virus nuevos que visitarán otras células para repetir el mismo proceso. La expansión es cuestión de horas.
Mientras tanto, el Cuerpo de Seguridad del Sistema Inmunitario permanece vigilante caminando por los pasillos. Al detectar actividad sospechosa en una célula, emplea la química para destruirla. Por desgracia se trata de un grupo no especializado en un ataque preventivo, por lo que no solo destruirá esa célula, sino las adyacentes aunque permanezcan sanas. A veces esto no es suficiente para contener el virus, entonces comenzará una lucha a contrarreloj: mientras el Sistema Inmunitario se dedica a destruir, los cilios de la garganta y los empleados de la limpieza, los señores Macófagos, trasladarán y fagocitarán respectivamente los restos. Todo este proceso producirá inflamación de garganta y dolor. Si los cilios de la garganta se dañan, será la tos quien ayude con el proceso.
Dado que la lucha se le está yendo de las manos al Sistema Inmunitario, los Macrófagos glotones envían un mensajero químico llamado interleucina, vía torrente sanguíneo, para que dé la alarma al resto del cuerpo y avise de lo que está sucediendo. Este mensajero puede producir hipersensibilidad en los nervios y hacer que el cuerpo humano sufra con cada movimiento. Este dolor, generalmente en las articulaciones, es parte del proceso normal de defensa y animará a la persona a quedarse acostada, algo que le vendrá muy bien al cuerpo para hacer acopio de toda la energía disponible a la hora de enfrentarse con el virus. Comienza la planificación de la batalla final.

Cuando el mensajero interleucina llega al cerebro, el centro de control, el señor barbudo que vive en su interior ordena subir la temperatura del cuerpo. El señor barbudo sabe muy bien que esto ralentizará la clonación de virus, que se encontraban muy cómodos con la temperatura normal. Del sofoco trabajarán más lentos. Esto a su vez aumentará la producción de defensas para el Sistema Inmunitario. La temperatura hará que los vasos sanguíneos se inflamen pudiendo producir dolor de cabeza.
Mientras, unos investigadores han acudido al centro de la batalla para estudiar mejor al enemigo. Son las células dendríticas y se las dibuja con forma de estrella, como policías que son. Con paciencia científica recogen las «púas» de los cadáveres de los virus y emprenden un viaje hasta el sistema linfático en busca del arma definitiva. Su misión es encontrar a dos especialistas, unos linfocitos B y T muy concretos, que sepan exactamente cómo destruir a ese tipo de Influenza. Las células dendríticas se mueven entre los especialistas preguntando con prisas y mostrando las «púas» con la esperanza de que alguno las reconozca. Al fin uno consigue dar con la pareja. El señor B y el señor T asimilan la información que se les presenta, aceptan la misión y comienzan a multiplicarse para prepararse para un ataque en dos niveles. Como resultado de esta multiplicación, las glándulas linfáticas comienzan a inflamarse. La persona está ahora acostada en el sofá, tocándose el cuello y quejándose del dolor que le produce. No sabe que el cuerpo acaba de encontrar el remedio para su enfermedad.
Ya listos para el combate, los linfocitos T viajan a través del torrente sanguíneo hasta su objetivo y una vez allí destruyen únicamente aquellas células que están infectadas por el virus de la gripe. Por su parte, los linfocitos B no toman el transporte, se dedicarán a fabricar anticuerpos en casa, y estos, como si se tratasen de misiles teledirigidos, realizarán un «ataque aéreo» contra todos aquellos virus libres. Al alcanzarlos y unirse a sus «púas», los virus acaban siendo paralizados, sin capacidad para infectar. Con el tiempo, el cuerpo humano habrá ganado la guerra y no será hasta que las tropas se retiren que la persona comience a sentirse mejor.

Las células dañadas serán reemplazadas y todo volverá a quedar como nuevo. Pero algo habrá cambiado en el cuerpo. Los linfocitos T que sobrevivan, como veteranos de guerra, guardarán en su memoria el recuerdo de Influenza. La próxima vez estarán preparados para contraatacar con rapidez. Sin embargo, la herramienta de clonación de Influenza, la ARN polimerasa, aunque cumple con su función, es propensa a cometer errores que cambiarán la composición de las «púas» de algunos de los nuevos virus. Si es alguno de estos, con su nuevo traje, el que visitase el cuerpo la próxima vez, los linfocitos no podrán reconocerlo bajo el disfraz y deberán combatirlo repitiendo el proceso desde el principio.
Y es que, por supuesto, el señor Influenza del comienzo, el que gruñía y fruncía el ceño, ha escapado en un estornudo. Tras conseguir evitar con éxito los detergentes y desinfectantes que acabarían inmediatamente con su vida, termina siendo aspirado por la nariz de una nueva persona. El nuevo huésped comienza tranquilo su jornada de trabajo ajeno a lo que se le viene encima. En una de sus células, Influenza saca las herramientas y, tras observarlas un instante en sus manos, prorrumpe en una sonora carcajada.
Continuará…
(CRÉDITOS FINALES)
Referencias
Nota de la autora: Extracto modificado de un artículo más extenso que publiqué en otro medio el 26/01/2017.
Imagen 1 (cabecera). Arek Socha , Pixabay License.
Imagen 2. Planeta de Agostini a través de agenciasinc.
Imagen 3. Alexandr Litovchenko , Pixabay License.

Doctoranda en Biología, editora y escritora cuando la vida me deja. | Las vacunas salvan vidas y la única tierra plana que venero pertenece a Terry Pratchett.